Crtítica 150 Monos

Dos mujeres huyen de algo que parece una guerra civil. En la calle hay explosiones, disparos. Se meten en un sótano que viene a hacer las veces de bunker. Una tiene una cartera con algunas cosas -un grabador de periodista, entre otras-; la otra, nada. No se conocen, pero están obligadas a compartir el refugio. Por si eso fuese poco, lo único que encuentran para comer son cebollas. Crudas. Y, ya sabemos, las cebollas hacen llorar. Hay que buscar métodos para evitarlo. Sobre todo, cuando la amenaza parece extenderse para siempre: incluso las treguas podrían ser una "celada de ganso" (como se dice en la jerga ajedrecística) para que salgan a la superficie.

La dramaturgia es ambigua, no presenta un relato en el sentido clásico, sino apenas un fragmento singular de la vida de los personajes, con muchos puntos oscuros. ¿Quiénes son esas mujeres? ¿De qué huyen? ¿Cuál fue su vida antes de acabar en un sótano? El tratamiento del texto tiene, en ciertos momentos, una candidez infantil que recuerda algunas entradas del diario de Ana Frank y, en otros, un aire siniestro (por ejemplo, la parodia del programa de cocina), tras la apariencia de lo banal.

Apoyada en las actuaciones de Bárbara Molinari y Martina Schvartz, la puesta de Sabaté y Baudron de su propio texto es cuidada e interesante, aunque con algunos altibajos.

El vestuario y la escenografía cumplen su función sin estridencias. En el segundo rubro ayuda el hecho de que la sala sea efectivamente un sótano y que los espectadores estén tan atrapados como los personajes. El diseño de luces de Possemato (al que ya elogiamos por Terrame) vuelve a ser impecable, con un uso preciso de los colores e inteligentes recursos climáticos, lo que agrega espesor dramático a la propuesta de la directora, además de sumar al interés visual.

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